Los Diarios de Juana de Monch: El Hilo de la Memoria
En cada página de las ediciones de Juana de Moch, se teje un hilo sutil que une la vastedad de mis experiencias, mis estudios, y las reflexiones que, como ecos, resuenan en los rincones más profundos de mi ser. Estos cuadernos, humildes en apariencia, son en realidad un espejo del viaje interior que emprendo día a día. No pretenden ser grandes tratados, pues su esencia reside en ser mis apuntes personales, mis poemas, y las meditaciones que emergen en el silencio de la contemplación.
Cada trazo en estos diarios es como una huella en la arena, un reflejo de los sueños que me visitan en la noche y de las vivencias que, como corrientes subterráneas, fluyen sin cesar en mi interior. Los dibujos y las referencias simbólicas que plasmo en sus páginas no son meros adornos, sino puertas que se abren hacia otros mundos, hacia lo intangible. Son marcas en el mapa de mi alma, señalando el terreno recorrido y el que aún queda por explorar.
Estos cuadernos son mi forma de aprender, de adentrarme en el vasto océano del conocimiento. Son mi taller alquímico, donde las palabras se transforman en metáforas, donde las ideas se destilan hasta convertirse en símbolos cargados de significado. No hay en ellos la pretensión de una obra acabada, sino el proceso mismo de la creación, de la exploración intelectual y espiritual.
El libro del Tarot, por ejemplo, es más que una simple investigación; es un puente entre tradiciones, un intento de desvelar las conexiones ocultas entre los símbolos que han guiado a la humanidad a través de los siglos. En él, las cartas se convierten en ventanas a lo desconocido, en espejos que reflejan tanto lo universal como lo íntimo.
Cada edición de Juana de Monch es un cuaderno de notas de clase, pero no de una clase cualquiera. Es una clase en la que el conocimiento se construye a partir de analogías, metáforas y relaciones con otros símbolos, con otras tradiciones. Es una clase que se imparte en el aula infinita del espíritu, donde el profesor es el silencio y el alumno es la intuición.
Y en este proceso, voy descubriendo que todo está conectado, que las coincidencias no son tales, sino encuentros premeditados por el destino, señales en el camino que nos llevan hacia un conocimiento más profundo, más elevado. En este mundo esotérico, los símbolos se despliegan como un lenguaje que trasciende las palabras, un lenguaje que, aunque a veces críptico, revela verdades universales a quien está dispuesto a escuchar.
Así, los diarios de Juana de Moch no son simplemente libros. Son la memoria viva de mi viaje interior, una memoria que se nutre de las enseñanzas del pasado y las proyecta hacia el futuro. Son el testimonio de un alma en constante búsqueda, un alma que, a través de la escritura, encuentra su voz y su lugar en el vasto tapiz de la existencia.
enriqueta ahrensburg