El legado invisible
Desde mi infancia, he habitado un mundo donde las sombras de mis padres se entrelazaban con mi propio crecimiento, moldeando, sin saberlo, los contornos de mi psique. Mi madre, tejedora de almas, psicóloga social que desentrañaba los hilos invisibles del inconsciente colectivo, me enseñó a ver más allá de lo aparente, a sumergirme en las aguas profundas donde yacen los arquetipos que Jung describió como fuerzas universales.
Mi padre, constructor de ciudades, arquitecto urbano que moldeaba espacios con precisión matemática, me inculcó el amor por las formas, por la estructura que da sentido al vacío. Ambos, sin darse cuenta, me guiaron hacia una búsqueda interior, donde el pincel se convirtió en mi brújula y el lienzo en mi mapa.
En la obra de mi madre, veía cómo el ser humano no es una entidad aislada, sino un nodo enredado en una red de significados compartidos. El inconsciente colectivo, ese vasto océano de símbolos y recuerdos ancestrales, me reveló que mi arte no era solo mío; era un eco de las voces de mis antepasados, una melodía compuesta por las experiencias vividas y las no vividas, por los sueños olvidados y las pesadillas temidas. Cada trazo en mi pintura es una puerta hacia esos espacios internos, donde la mente se convierte en un laberinto de formas y colores, un reflejo de la danza eterna entre la luz y la sombra.
La influencia de mi padre se manifiesta en mi afán por organizar ese caos primigenio. Como él, me encuentro trazando líneas, buscando el equilibrio entre lo efímero y lo eterno, entre el orden y el caos. Mis pinceladas buscan erigir estructuras en el vacío, arquitecturas del alma donde lo invisible toma forma.
En mi obra, cada espacio creado es un intento de darle forma a lo inmaterial, de construir un hogar para los fragmentos dispersos de la psique humana.
En este cruce de caminos, donde la psicología de mi madre y la arquitectura de mi padre se encuentran, nace mi arte. No soy ni psicóloga ni arquitecta, pero he encontrado mi lugar en la intersección de ambas disciplinas. Mi trabajo es un esfuerzo por tejer los hilos de lo inconsciente en estructuras visibles, por construir espacios internos donde los arquetipos pueden bailar y las sombras pueden encontrar su lugar bajo la luz.
He aprendido que el arte es una forma de explorar los confines de la mente y del espíritu, una manera de convertir lo abstracto en tangible, de dar vida a lo inefable. En cada obra, busco no solo crear, sino también revelar, desvelar los misterios que se esconden detrás de la mirada, en las profundidades de lo no dicho.
Así, me doy cuenta de que mi arte es un espejo de mis raíces, una manifestación viva de las influencias que mis padres han dejado en mí. Aunque tomé un camino diferente, llevo conmigo sus enseñanzas, transformadas y sublimadas en mi trabajo. Al igual que Jung sugirió que cargamos con el peso de lo colectivo, yo cargo con el peso de mis raíces, pero también con la libertad de construir algo nuevo, de crear un espacio donde lo psíquico y lo arquitectónico se encuentran en un abrazo abstracto.
Mi viaje es un homenaje a ellos, un tributo a la forma en que han modelado mi alma y mi visión. Y en cada lienzo que pinto, en cada espacio que construyo en la mente, siento que estoy devolviendo ese regalo, dando forma a lo informe, construyendo puentes entre lo visible y lo invisible, entre el pasado y el futuro.
Enriqueta Ahrensburg